Biografía

Alex Morales parece haber explorado con encendido entusiasmo y tenaz  voluntad todos los caminos de las artes plásticas, guiado por el espíritu del caminante a quien no frenan ni la extensión ni las vueltas del camino. El arte, para él, es el camino mismo. Y sus pasos marcan, a la vez, un derrotero y un recorrido.
Desde el delicado pincel hasta las rudas herramientas para trabajar los duros materiales del mundo, se lanza a la aventura de hacer de este mundo un lugar más habitable si lo pueblan, además de la gente, las formas y los colores del arte.  Para esa empresa se ha adueñado con singular maestría de casi todos los elementos que le ofrece su entorno, de muchos de los soportes accesibles donde se puede fundar un símbolo plástico. Nada es lo suficientemente esquivo o indomable como para escapar a la intención del artista, todo puede ser sometido a sus manos y a la sensibilidad transformadora e imaginativa. El lienzo o el rústico entramado, la madera plana o el voluminoso tronco que opone su resistencia al brazo escultor, la suave hoja, la amplia y recta pared o de antojadiza curvatura, cualquier material cede a los ademanes del creador.
Movido por la temprana convicción de un destino artístico, Morales no sólo ha cruzado fronteras geográficas y culturales, también traspasa con visible versatilidad las otras fronteras, tan tradicionales como difusas de los géneros plásticos. Y lo hace al modo de un atareado obrero o un demiurgo despreocupado, como sabiendo de antemano que los resultados serán siempre auspiciosos y nunca escaparán a su pleno control. Así pues, la pintura acrílica convive con la acuarela, con la tinta, con el pastel, con el lápiz, en feliz y hasta festiva comunión; pero la diversidad de las técnicas no es ni azarosa ni descuidada, está más bien en armonía con los variados motivos a los que esos procedimientos técnicos abordan y dan vida. La mayor parte de las veces el color es generoso, opulento, desprejuiciado y alterna, cuando el artista maneja otra clave, con la sobriedad de matices impuestos por la técnica o deliberadamente buscados.
Surgen así, gracias a la conjunción de lo que va por arriba y a lo que sostiene por debajo, series de cuadros, murales, esculturas, artesanías, de múltiples dimensiones y emplazamientos, enriqueciendo aún más la diversidad de una propuesta ya de por sí diversa.
Si el artista es un buscador, entonces Morales lleva lejos esa búsqueda afiebrada desdoblándose en muchas direcciones sin que tal multiplicación amenace en lo más mínimo su visión del conjunto.
Por sus obras desfilan temas mundanos y humanos arraigados en el solar pueblerino donde la vida parece aminorar la marcha, y cuyos recuerdos no abandonan al artista; pero también está presente la gran ciudad en sus trazos esenciales y reconocibles, la vida cosmopolita del gran Manhattan asomando con su silueta esbelta o los recodos urbanos donde, por efecto del encuadre temático, tal vez se confunden su actual ámbito de residencia con las memorias duraderas de su lugar de origen.
Esos temas pueden ser el clásico bodegón, la naturaleza muerta pero curiosamente vital, el paisaje entrevisto a través de la enramada que como una red plástica segmenta la continuidad del cielo, los rostros luminosos atravesados por una ráfaga de ternura o de añoranza o figuras casi fantasmales encubriendo misterios que sólo el arte plástico sabe sugerir. 
Algunas obras se complacen en un estilo al borde del hiperrealismo, revelando la destreza y la laboriosidad del artista; otras reciben un tratamiento menos ceñido al mimetismo exhaustivo pero igualmente retienen su eficacia expresiva.  En algún caso puede advertirse el eco visual de José Cúneo, el uruguayo pintor de lunas; en otros, un dejo melancólico que parece venir de las escenas apáticas de Edward Hopper. Y también está presente el tributo que explícitamente se rinde, por todo lo alto, a los grandes maestros del siglo XX, algunos de ellos ligados al muralismo que tanto atrae a Morales.
En suma se trata de una obra intensa, ejecutada con desenfado, de extraordinario vitalismo que trasunta una visión optimista del mundo, salpicada de cuando en cuando por una ligera lágrima que, no obstante, se evapora rápidamente dejando apenas un toque salobre perdido en la exuberancia de formas y en la fiesta cromática del artista.

Fernando Rius Herrero